Casi un milagro: Los hermanos Wright y el primer vuelo
Durante miles de años los humanos han querido volar. Leyendas y cuentos de hadas están llenos de humanos y animales que vuelan, deslizándose sin esfuerzo por el aire. informa Dragones, caballos alados como el Pegaso y humanos que volaban como Ícaro, a quien su padre, Dédalo, tomando las plumas de miles de aves y usando hilo y cera, le construyó alas, advirtiéndole que no volara demasiado alto, ya que el calor del sol derretiría la cera que sostenía las plumas. Sin embargo, Ícaro era ambicioso y quería alcanzar el cielo, así que voló tan alto que el calor del sol derritió la cera que sostenía las plumas en su lugar. Pronto, las alas se desintegraron por completo e Ícaro se desplomó y cayó el mar, ahogándose. En la vida real, por supuesto, ningún humano puede volar y, a pesar de ello, nuestros sueños de hacerlo nos llevaron a construir endebles globos aerostáticos y planeadores de aspecto extraño. Luego llegaron los hermanos Wright y todo cambio, aprendimos sobre las fuerzas del vuelo y creemos saber qué se necesita para mantener a los aviones en el aire, por ejemplo, que si un avión se despega del suelo es por el mismo principio que lo hace un ave: la fuerza de levantamiento suficiente para oponerse a la fuerza del peso. Aquí entra en juego la fuerza de gravedad, esa que hace que todo caiga o sea atraído a la superficie de la tierra. Los humanos entendimos que, al igual que las aves, se necesitaba de una fuerza que proporcionara el empuje necesario para despegarse del suelo, y lo logramos con potentes motores que vencen la resistencia del aire y actúan en la dirección opuesta al movimiento. De nuevo, entran en juego fuerzas como la de elevación, de empuje, la de equilibrio.